En un hueco entre clase y clase en la universidad, cogemos el autobús para llegar al abortorio Dator. El viento hace duro estar en rescates. Es de esos días que siempre recuerdas. Hay mujeres que entran y salen, parece un comercio normal. Sale una chica por la puerta: joven, caminando despacio, con un pequeño sobre blanco en la mano. Se aleja de la clínica y respiramos hondo. Nos cruzamos con ella y aunque sabemos que va a ser duro tambien para nosotros, dialogamos con ella. Cuando empezamos a hablar con ella nos cuenta lo que ya intuíamos: acababa de abortar. A mi cabeza viene un pensamiento: «ya está, no hay nada que hacer». Sin embargo aún hay mucho que luchar: la acompañamos. Ella es consciente y nos mira triste. Nos explica su situación, lo que le ha llevado a abortar. Pero a pesar de todo ello, ella sabe lo que acaba de hacer, y no hay nada que cambie esa realidad: no ha luchado por su hijo y ahora está muerto. Llegan las lágrimas. Se quedó embarazada, y luego no tuvo la valentía de arriesgarse teniendo a su hijo. Su situación cambiará, pero a su hijo ya nadie se lo puede devolver. Rocio y Nacho, rescatadores Juan Pablo II y casi ingenieros.
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