Cori Salchert es una mujer que trabajó como enfermera experta en duelo perinatal, madre de ocho hijos, que comparte su vida con su marido Mark, residiendo en un hogar al que ambos denominan «la casa de la esperanza». Así la llaman desde que en el año 2012 decidieran empezar a adoptar a los bebés con diagnósticos terribles, de esos que dicen que no podrán vivir mucho tiempo, y de los que ya nadie se hace cargo emocional. Son niños que vienen de familias a las que les resulta difícil aceptar la condición de sus hijos, y de algunas que no son capaces de soportar la idea de presenciar el final de sus vidas. El primero de los bebés que adoptaron fue Emmalynn, que vivió 50 días junto a ellos hasta que un día falleció en los brazos de su madre adoptiva. Desde entonces, tanto la pareja como sus hijos decidieron dedicarse a cuidar de estos bebés, para ayudarles en sus últimos días. Salchert tuvo una hermana pequeña, Amie, que de bebé contrajo una meningitis que le afectó seriamente a nivel cerebral produciéndole una acusada discapacidad. Por este motivo, Amie estuvo viviendo unos años en una residencia de niños con necesidades especiales hasta que un día, a los once años, pudo salir por la puerta. Ese día, sola, llegó a una zona con agua en un campo de golf y allí murió ahogada. Cori no pudo soportar la idea de lo sola que se debió sentir intentando entender por qué no podía respirar y por qué nadie le ayudaba. Ya con su título de enfermera empezó a trabajar con todo tipo de pacientes, siendo sus preferidos los que estaban cerca de decir adiós a la vida y los que estaban en el otro lado, diciendo hola por primera vez: los recién nacidos. Así acabó trabajando en la Hope After Loss Organization, una organización diseñada para ofrecer ayuda y tratar de aportar esperanza a las familias cuyos bebés habían fallecido, momento en el que tuvo problemas serios de salud: una enfermedad autoinmune empezó a dañar sus órganos digestivos y requirió de varias cirugías y de mucho tiempo en la cama. Preguntándose cómo iba Dios a redimir aquel dolor, recibió una llamada preguntándole si podría hacerse cargo de una bebé de dos semanas que no viviría mucho tiempo. La niña había nacido sin parte de su cerebro y los médicos dijeron que no había esperanza para ella. Les explicaron que estaba en estado vegetativo, incapaz de ver ni oír, y que solo respondía a estímulos dolorosos. Cori y su familia estudiaron el caso, la situación, y aceptaron cuidar de ella explicando que en realidad no le hacían un favor, sino que en realidad era para ellos un privilegio, pues fueron ellos quien le pusieron el nombre y quienes la acogieron como una más de la familia. Su alternativa era vivir en un hospital, sola, alimentada por una bomba hasta que su cuerpo dijera basta, así que se la llevaron a casa donde la cuidaron y le dieron amor los 50 días que ella vivió. Fueron días en que todos los miembros de la familia se involucraron en su cuidado, en darle amor, cariño, y en tratarla como a una más. Casi dos meses que les llevó a acompañarla en sus últimos minutos, con el dolor de la pérdida, pero la ilusión y la emoción por hacer lo mismo con otro bebé. Today, BebésyMas
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