Es un día lluvioso y frío. Llevamos casi dos horas haciendo rescates cuando vemos a una pareja con un carrito de bebé acercándose al abortorio. Intentamos hablar con ellos, pero tienen prisa. En la misma puerta se paran unos segundos a escucharme. Veo la inseguridad en su mirada, pero ella baja los ojos y entra sin decir palabra. Raúl, sin embargo, se queda a hablar conmigo. Me cuenta con voz triste que había estado luchando por la vida del niño desde el primer momento. Veo en sus ojos la impotencia de un padre que no puede evitar que maten a su hijo. El pequeño Héctor empieza a llorar como si supiera lo que le va a pasar a su hermano. La esperanza asoma a la cara de Raúl cuando le explico que no están solos, que aun queda gente buena en este mundo dispuesta a invertir su tiempo y recursos para que puedan seguir adelante. Sin dudarlo, llama por teléfono a su mujer que está dentro de la cínica para que salga a hablar con nosotros, pero ella no quiere escuchar y cuelga el teléfono. Me cuenta que ella no lo tenía claro, y que por eso no ha querido escuchar. Está desolado, y llora cuando le digo que le ponga un nombre a su hijo. Ver a un padre de 30 años llorándole a un joven al que saca 9 me recuerda (como cada vez que vengo a rescates) el dolor y la infelicidad que conlleva el aborto. Finalmente se recompone y me agradece una y otra vez que hayamos estado rescatando bajo la lluvia, sin paraguas, y perdiendo tiempo de clase. Le ofrezco un número de teléfono al que llamar si necesita algo, y se aleja diciéndome que se lo dará a amigos que están en situaciones parecidas. Su hijo ya no está, pero otros llamarán. Nacho, Rescatador Juan Pablo II
El la llama por teléfono para que salga del abortorio
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